Era el primer domingo de 1970 y una fuerte tormenta, el agua bajaba de los cerros con fuerza inusitada, colapsó el Dique Frías y las calles fueron un río.
Desde hace décadas, Argentina carece de una moneda atractiva para la ciudadanía, el peso ha perdido las funciones básicas que una moneda sana debe tener, por eso los argentinos se respaldan en el dólar como reserva de valor (para ahorrar) y para establecer ciertos precios de bienes y servicios (casas, autos, alquileres).
Recientemente, el Banco Central generó un nuevo instrumento financiero, una moneda remunerada en UVA, con el objeto de hacer más atractivo al cada vez más devaluado peso argentino; y ahora aparece la propuesta de crear una moneda común con Brasil con la posibilidad que sea extensiva al Mercosur, replicando la experiencia de Unión Monetaria llevada a cabo en Europa con la creación del Euro.
En este contexto, el Ministro de Economía, Sergio Massa confirmaba al medio Financial Times “que comenzará el trabajo preparatorio para estudiar los parámetros necesarios para una moneda común, que incluye todo, desde cuestiones fiscales hasta el tamaño de la economía y el papel de los bancos centrales”.
Sin embargo, en declaraciones oficiales posteriores de ambos países se le fue bajando el alcance a la propuesta divulgada inicialmente, y destacaron que la idea es establecer una moneda “sólo para operaciones comerciales y financieras entre países”, bajando costos operativos y reduciendo nuestra vulnerabilidad externa. Ya no hablamos entonces de una moneda común que reemplace en un futuro al peso y al real. En este contexto, es importante aclarar que esta posibilidad de intercambio comercial ya existe, no configura ninguna novedad, y a lo sumo se podrá perfeccionar una herramienta que en la actualidad es muy poco utilizada por las empresas.
En octubre de 2008, Cancillería Argentina presentaba el Sistema de Pagos en Moneda Local (SML) adoptado entre Argentina y Brasil. El sistema acordado por ambos Gobiernos hace ya 15 años, implica que el dólar deja de ser la moneda obligatoria de intercambio, y se instrumentó un mecanismo coordinado entre los bancos centrales de ambos países a fin de asegurar una cobertura legal y técnica adecuada al intercambio en pesos y reales.
El SML permite al importador y exportador pagar y cobrar en sus respectivas monedas locales, lo que excluye de cualquier actividad del mercado cambiario (compra/venta de dólares), eliminando costos financieros y administrativos que a veces actúan como una barrera para que PYMES accedan al mercado de comercio exterior.
Este sistema ha tenido muy bajo impacto y muy pocas operaciones (en relación al total) se realizan obviando al dólar como moneda de referencia. El Sistema de Pagos en Moneda Local no implica una integración monetaria entre países, cada país sigue teniendo soberanía monetaria y una moneda nacional, y no hay institución monetaria supranacional (como un Banco Central Regional). El mismo mecanismo de Pagos en Moneda Local también se firmó con países como Paraguay, Uruguay, China.
El SML es sólo un primer paso modesto para comenzar una negociación que finalice en una unión monetaria con moneda regional única, proceso que necesita décadas de continua confianza y coordinación de las políticas macroeconómicas, algo hoy inexistente.
Una moneda común y única en el Mercosur tendría ventajas importantes para los particulares, las empresas y las economías de los países que lo utilizan. Permitiría mayor facilidad con la que se pueden comparar los precios entre países (mayor competencia entre empresas beneficiando a los consumidores), mayor estabilidad de los precios, facilidad de ahorro, estabilidad y crecimiento económico, mercados financieros mejor integrados y más eficientes, mayor influencia en la economía mundial y una fuerte señal de identidad regional en los mercados internacionales. A su vez, una moneda única eliminaría los costos de las fluctuaciones de los tipos de cambio dentro de la región, lo que protegería a los consumidores y a las empresas de oscilaciones de los mercados cambiarios y monetarios, que hoy terminan atentando contra la confianza, desalentando la inversión y provocando inestabilidad económica.
Desde que la Unión Europea decidió crear una moneda única hasta su aparición, pasaron más de 30 años. En ese tiempo se discutieron y consensuaron exigentes criterios de convergencia que todos los países debían cumplir previamente para ingresar en la zona del Euro. Estos criterios, en síntesis, requerían que la inflación no fuese mayor que un 1,5% respecto a la media de los tres estados de la eurozona con menor inflación; un déficit presupuestario menor al 3% del PIB; una deuda pública que no superara el 60% del PIB; tipo de cambio sin volatilidad en relación al Sistema Monetario Europeo (bandas cambiarias, con imposibilidad de devaluar la moneda local unilateralmente); tasas de interés nominal a largo plazo que no debían ser superior en un 2% a la media de los tres estados con menores tasas de inflación, entre otras medidas.
En definitiva, Argentina y Brasil sólo podrán plantear la alternativa de moneda común cuando acuerden y pongan en marcha una convergencia macroeconómica similar a la establecida en el Tratado de Maastrich que dio origen al Euro. Esta convergencia macro es el único camino que daría factibilidad a una unificación monetaria integral.
En este contexto, algunas asimetrías macro con Brasil, básicas para la integración monetaria, son elocuentes. Nuestra inflación del 94,8% (interanual a diciembre 2022) contrasta con la inflación anual del 5,9 % en Brasil; la tasa de interés de referencia en Argentina multiplica por 5 a la de Brasil; existe una volatilidad cambiaria elevadísima con el resto de las monedas de la región, sumado a 17 tipos de cambio comerciales y financieros que coexisten (dólares mayorista, minorista, Coldplay, ahorro, Netflix, turista, blue, MEP, turista extranjeros, Cedear, Cripto, CCL, ADR, Bienes de Lujo, Tecno, Economías regionales, Qatar).
El proyecto de creación de una moneda común suena utópico e inoportuno sin una previa estabilización de la moneda argentina, una normalización y unificación gradual del mercado cambiario, una consolidación del equilibrio fiscal, y la generación de un escenario de sustentabilidad para la deuda pública (tanto del Tesoro como del BCRA).
No existen atajos ni soluciones mágicas para nuestros problemas. La unificación monetaria del Mercosur puede ser el resultado de un arduo proceso, pero nunca la punta del ovillo. Antes debemos solucionar problemas económicos urgentes que aquejan a la sociedad argentina, que exigen la implementación de un programa de estabilización creíble y una imprescindible agenda de cambios estructurales.
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