Tragedia de los Andes: la versión del puntano que dirigió la búsqueda del lado argentino hace 50 años

“Imposible, imposible…!!! (expresiones del entonces Vice Comodoro Rafael Dante Cantisani a un grupo de familiares suyos al enterarse el día 22 de Diciembre de 1972 que habían sido encontrados vivos 16 de los 45 pasajeros del avión Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya caídos el 13 de Octubre de ese año en la Cordillera de los Andes .

Opinión 14/10/2022 Juan José Laborda Ibarra
Militares
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Hoy 13 de Octubre, se cumplen 50 años de aquel fatídico “viernes 13” de Octubre de 1972, cuando un avión turbo reactor de la Fuerza Aérea Uruguaya desapareció en pleno vuelo sobre la Cordillera de los Andes.

Llevaba cuarenta y cinco personas a bordo, compuesto por los  cuatro miembros de la tripulación (piloto, copiloto, mecánico y azafata), y el resto por jugadores del Old Christians Rugby Club, más amigos, familiares y seguidores del equipo.

El plan de vuelo era cubrir sin escalas durante tres horas y media aproximadamente las ciudades de Montevideo, Uruguay con Santiago de Chile. Razones climatológicas obligaron a los pilotos Julio Ferradas y Dante Lagurara a hacer escala en la ciudad de Mendoza –jueves 12-, hasta esperar que las condiciones meteorológicas permitieran continuar el vuelo hacia su destino final.

Al día siguiente, el viernes 13 y no habiendo cambiado las condiciones para continuar el vuelo por la ruta planificada, se decidió continuar el viaje orientando el vuelo en dirección sur hasta el Paso Planchón a 160 kilómetros al sur de la ciudad de Mendoza, cruzar la Cordillera por un estrecho corredor ubicado entre las montañas de esa zona, y una vez ya en Chile girar hacia el norte con dirección a la Ciudad de Santiago. Esa segunda etapa del vuelo duraría aproximadamente una hora y media.

Salieron de Mendoza a las 14.18 de ese viernes trece y cuando transitaban el Paso Planchón el avión se encontró con fuertes vientos de frente y turbulencias hasta que inesperadamente cayó en un gran pozo de aire, calculados en cientos de metros de altura…

“.. El avión daba tumbos y se inclinaba a causa de las turbulencias. Mientras los pilotos luchaban por estabilizar el Fairchild y este daba bruscas sacudidas, vi que la punta del ala no estaba a más de siete metros de la montaña… Nuestras miradas se encontraron durante un instante, justo cuando un fuerte temblor sacudió el avión. Se produjo un terrible chirrido como si estuvieran afilando un metal. De repente vi el cielo sobre mi cabeza. Una ráfaga de aire gélido me golpeo la cara y me di cuenta, con una tranquilidad extraña, de que las nubes remolineaban por el pasillo… No había tiempo para recapacitar, rezar o sentir miedo. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Entonces una increíble fuerza me propulsó del asiento y me abalancé hacia adelante, sumergiéndome en la más completa oscuridad y silencio… “, escribió en sus memorias Fernando Parrado titulada “Milagro en los Andes” Editorial Planeta, 2006.

“El frio nos torturaba, el aire con poco oxigeno nos agotaba los pulmones, el sol sin filtro nos cegaba y nos levantaba ampollas en los labios y la piel, y la nieve era tan profunda que una vez el sol de la mañana había fundido la capa helada que se formaba en su superficie cada noche, no podíamos aventurarnos a alejarnos del avión sin hundirnos hasta las caderas. Además en los interminables kilómetros de laderas congeladas y valles que nos tenían atrapados, no había nada que un ser vivo pudiera usar como alimento, ni un pájaro, ni un insecto, ni una hierba. Tendríamos más probabilidades de sobrevivir si estuviéramos varados mar adentro o perdidos en el Sahara. En los colosales Andes, en cambio, ningún tipo de vida sobrevive a los fríos meses de invierno…”, escribió Fernando Parrado.

De los cuarenta y cinco pasajeros del avión, cinco habían muerto en el accidente y ocho habían desaparecido (eran los que iban en la cola del avión que se desprendió al golpear el fuselaje con la montaña). Habían sobrevivido 32…

A partir de ese momento, vendrían la soledad, el frio, el hambre, la sed, la muerte sucesiva de otros pasajeros y amigos; en fin, la desesperanza…

Muchos creyeron que el rescate era la única probabilidad de sobrevivir y se aferraron a esa esperanza.

Pero ello no sucedió…

 Un mapa de la zona del accidente en plena Cordillera


A los diez días del accidente pudieron escuchar a través radios chilenas que las autoridades de ese país había decidido suspender las tareas de búsqueda por entender que mientras se dieran esas condiciones meteorológicas invernales, el rescate era muy peligroso…

Aunque no  fue una decisión inmediata, de a poco les fue invadiendo la idea que había que urdir un plan, no sólo para ir en la búsqueda del auxilio que no vendría, sino también para sobrevivir en el mientras tanto, en medio de la soledad, del insoportable frio, en especial lo relacionado con su alimentación…

Esta difícil decisión surgió de la misma mente de Parrado y compartida al principio solo con Carlos Páez.

“Si los cadáveres de nuestros amigos pueden ayudarnos a sobrevivir, entonces no habrán muerto en vano…” se dijeron ambos.

El resto ya es historia conocida…

Así lo hicieron. Algunos de  sus amigos murieron días después como víctimas de un aluvión que sepultó por horas al fuselaje del avión, y otros como consecuencia de las heridas recibidas en el accidente.

De los cuarenta y cinco iniciales sólo sobrevivieron a la catástrofe dieciséis…

El día 12 de diciembre, Fernando Parrado y Roberto Canessa iniciaron el camino de la búsqueda del auxilio. Caminaron durante diez días superando nieves, quebradas, vientos, etc., hasta llegar al lugar denominado “Los Maitenes” dentro del territorio chileno, encontrando ese 22 de diciembre a quien fuera su salvador, el arriero Sergio Catalán quien inmediatamente avisó a las autoridades y posterior rescatistas.

 

Mientras eso sucedía y la noticia se irradiaba por todo el mundo, causando sorpresa y unánime admiración, el puntano Rafael Dante Cantisani desde su San Luis natal expresaba su perplejidad…

Había sido el Jefe de la búsqueda del lado argentino desde el mismo día del accidente. Habían pasado 72 interminables días.

A diferencia de los rescatistas chilenos que habían suspendido la búsqueda al décimo día como indican los protocolos internacionales para accidentes aéreos, él había logrado a su pedido y de parte de las autoridades argentinas prorrogar la búsqueda por otros diez días más…

Su “imposible, imposible…” de aquel 22 de diciembre de 1972, le duró hasta la misma noche de la Navidad. Horas antes en el Salón Auditorio del Colegio Old Christians, de Montevideo, los sobrevivientes del accidente aéreo habían declarado a la prensa mundial que se habían alimentado en base a los cadáveres de sus compañeros muertos…

“Ahora sí  se explica la supervivencia de los chicos uruguayos en esas condiciones extremas,”  llegó a decir el Vice comodoro Rafael Cantisani a sus jóvenes sobrinos frente a la mesa navideña familiar de su casa de calle Lavalle al 800 de la Ciudad de San Luis.

Muchos años después, días antes de su fallecimiento en un accidente aéreo a bordo de un avión militar Mirage, volvió a darles su opinión sobre esa historia excepcional: «… aquellos heroicos jóvenes uruguayos sólo cometieron una omisión: no haber intentado al menos quemar una goma del tren de aterrizaje del avión, lo que hubiera generado una densa nube negra que habría sido rápidamente avistada por los aviones que sobrevolaron varias veces al lugar del accidente. El color gris metalizado del fuselaje se confundía totalmente con el color de la nieve».

 Cantisani, el puntano que guió la búsqueda del avión del lado argentino.
Rafael Dante Cantisani, había nacido en esta Ciudad de San Luis el 6 de Abril de 1928 y falleció en un accidente aéreo el 25 de Febrero de 1977.

Era hijo del conocido médico Prospero Cantisani y de Elvira Leva. Era el menor de los cinco hijos de la pareja. Estaba casado y sus tres hijos Mariana, Rafael e Inés recuerdan hoy esa historia con mucho cariño y admiración.

 

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